EL SITIO DE NUESTROS MAYORES: MARUJA LA DE VALLE
Por Charo Llera Ramo
No eran años fáciles ni para Asturias, ni para su familia, y, tras la muerte de su bisabuelo Juan Luces, su madre Rosario, la mayor de 11 hermanos, siguió el camino de la emigración sus hermanos varones mayores (3), pero no a Cuba como ellos, si no a Madrid de la mano de D. Benito Valle y su hija Gloria Piñán, a los que había servido en La Raposera y que la colocaron de ama de llaves en el Hotel Gran Vía de Madrid. Ellos fueron los que apadrinaron a su hija, ejerciendo tal responsabilidad, generosamente, hasta el final. Gracias a ellos, formó su familia en la casina de la calle del Cuetu, cuando quedó vacía al marcharse para México la familia Fernández-Carús, sus anteriores inquilinos y padres de Miguel Fernandez Carús (o Miguelito Carús).
Seguir los pasos de su madre hubiera sido su destino, si el drama de la guerra y sus efectos no hubiesen truncado sus planes. Un matrimonio roto y la muerte prematura de su madre en agosto de 1940, la dejaron huérfana con 13 años en Valle, bien cuidada y arropada por los abuelos Luis y Enriqueta y su gran familia Fernández. Una familia, que sufrió el zarpazo de la división en bandos y las represalias de la guerra civil y la diáspora (añadiendo a Cuba, el País Vasco, México, Gijón y Avilés).
Superada la tragedia de la guerra civil y casi sin tiempo para disfrutar de la juventud, a los 20 años se casa con Pachin el de la Teyera para crear, de la nada, su propia familia, ya mucho más pequeñina, pero muy bien engrasada de amor, respeto, buenos valores, tolerancia, espíritu de superación y mucho trabajo en un tándem perfecto. Como muestra baste un botón: estando embarazada subía a Bustrondi a regar los ocalitos recién plantados por Pachín o iba con el barcal encima de la cabeza a lavar la ropa al lavaderu del riu, además de todas las tareas de la casa, de la tierra o arrastrar mañana y tarde los bidones de hierro llenos de leche hasta la carretera, cuando regentaba el puestu de la leche para la empresa láctea RIERA de Gijón (de ahí lo de Maruja la del puestu). Consciente de sus limitaciones económicas y no sin problemas de conciencia, como buena católica, se limitó a tener dos hijos, de los que, por si fuera poco, se desprendió enviándolos a estudiar internos para darles el futuro que ella hubiera anhelado para sí misma y que la guerra había truncado.
Estamos ante un milagro y un prototipo de mujer asturiana fuerte en su fragilidad humana, con el timón en la mano, que no pierde el humor, gran compañera si tiene el compañero adecuado, como así fue, y ¡qué cocinera! Este es solo el resumen de 98 años de una gran caraviana, que es la memoria viva de todo un siglo. Sigue siendo un libro abierto de historias familiares, vecinos y personajes singulares, costumbres, tradiciones, celebraciones, canciones, cuentos, conflictos, recetas suculentas y, por supuestas, todas las tareas de la mujer rural asturiana.




No hay comentarios:
Publicar un comentario